Bajo los adoquines, el encuentro. Potencias de lo molecular en No Intenso Agora
Texto publicado en Academia.edu
12/13/20247 min read


y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
Wislawa Szymborska
Merleau-Ponty teorizó sobre la experiencia del cuerpo orientada a la adquisición de cierta conciencia del mundo. Las duplas Deleuze-Guattari, Suely Rolnik-Guattari exploraron la potencia que envuelve a los cuerpos cuando al estar en movimiento van al encuentro con lo «inesperado» o «desconocido», demostrando que ese acontecimiento tiene vitalidad propia y puede volverse político, molecular. Quien llevará todo esto a la imagen-voz-cuerpo será João Moreira Salles en el documental No Intenso Agora.
Antes de ir a lo cinematográfico, un apunte al margen:
Existen en el mundo fuerzas, como la molar y molecular, que lejos de contraponerse una con otra, saben cohabitar sus espacios. Esa metáfora química la aprendió Guattari tomando un curso de farmacéutica. Hablar de lo macro y lo micropolítico, es decir, de lo molar y molecular, es apuntar a sus flujos internos. En todo orden molar (estratificaciones donde palpita la bestia magnífica del poder y la constitución de las identidades) está lo molecular (que bien pueden ser gestos que se encuentran en lo cotidiano). Por ejemplo, a propósito de lo molecular, un día, en las clases de la rizomática Natalia Durand hablamos sobre los encuentros en el metro. Esos chispazos son capaces de desestructurar el espacio-tiempo, así como sucede en «Vías», un cuento de Satori. Imagina, por poner un caso, que vas al trabajo. Tus emociones van en la mochila junto a papeles importantes. Pero en una estación, entre el barullo y la prisa, encuentras a una persona leyendo algo de Nicanor Parra. Le miras sin que sepas exactamente cuánto tiempo llevas haciéndolo. Ese encuentro te atraviesa. Se baja del vagón. Tú debes transbordar en la siguiente parada. Caminas sin dejar de pensar en lo que acaba de suceder. Ya no entrarás a tu oficina de la misma rutinaria manera de siempre pues ese momento ya produjo algo en ti. Eso es micropolítico. Y hermoso.
Volvamos:
No Intenso Agora es la exploración de la memoria personal y colectiva a través de metraje encontrado que filmó la madre del director durante la Revolución Cultural en China. Ese introducir-se en el archivo es un primer gesto que demuestra que lo político es personal no necesariamente por hablar de Mao, mayo del 68, la Primavera de Praga o lo que sucedía en Brasil y Checoslovaquia en ese mismo año, sino por la intervención de la imagen a través de detalles que van hacia dentro y fuera de lo íntimo. Los momentos históricos, intertextuales, parecen ser notas al pie de la imagen. Lo que palpita con mayor vigor es un tipo de intensidad que viene del encuentro con los tejidos del found footage, la memoria (madre-hijo; cuerpos-revolución; cuerpos-destellos de llamas azules), lo fragmentario.
«No conozco a esas personas, sólo conozco lo que las imágenes me muestran» es lo primero que escuchamos en el documental. Lo que vemos, poco antes, son personas riendo, brindando, comiendo y jugando. El segundo gesto. Nosotros tampoco los conocemos, pero como João aventura, sabemos que están felices, en pleno verano de 1968, en Checoslovaquia (no sabemos si se produjo ya la ocupación soviética). Sí. Están (¿familia, amigos, desconocidos?)… juntos. Ríen juntos. Y eso importa.
El documental explora imágenes amateur: aquellas que no se graban para formar parte de la historia y pertenecen solamente a fragmentos de una vida. Precisamente por esa razón son las líneas de fuga que nos llevan caminando por el largometraje, como la madre del cineasta recorría China. Esta, una de nuestras primeras paradas amateur, no deja de mostrarnos la sorpresa de la madre —y después la del hijo y la de nosotros, hijos de momentos— ante un «nuevo estado de las cosas» como escribió Alberto Moravia. Se trata de esa realidad que se cuela a través de lo sensorial y que le hizo sentir a la madre de Moreira que el encuentro inesperado con un país desconocido para ella le permitía ser consciente de que estaba ahí, de que su cuerpo formaba parte de ese asombro. Y nace el acontecimiento capaz de provocar una ruptura, incluso, en la temporalidad misma. Son las grietas de las que hablaba John Holloway en Léxico familiar: cambiar el mundo sin tomar el poder: espacios en el tejido de dominación que actúan más en función del tiempo que del espacio. Y en palabras del Comité Invisible: «cualquier acontecimiento produce verdad, alterando nuestra manera de estar en el mundo».[1] Ese estar en el mundo es, además, la construcción de la singularidad. Dice Guattari en Micropolítica. Cartografías del deseo que «la identidad es aquello que hace pasar la singularidad de las diferentes maneras de existir por un solo y mismo cuadro de referencia identificable».[2] Es decir, la singularidad es radicalmente distinta a la identidad porque mientras la primera afirma un grado de existencia diverso, cambiante y múltiple, la segunda intenta encauzar eso a una referencia como lo es nuestro nombre o nuestra credencial electoral. La singularidad es lo que «sentimos, respiramos, tenemos o no voluntad de hablar, de estar aquí o de irnos rápidamente», los afectos; la identidad es una subjetivación dominante y estática.
En el retrato que hace Marcelo Expósito de Holloway se habla también sobre «la bidimensionalidad del grito», el «anti-poder» y lo que es un «nosotros» al estilo deleuziano de diccionario. La cámara intenta capturar los conceptos que se van hablando. Un significado se une con otro. El grito es bidimensional porque «abre la posibilidad de otro mundo», como lo que sucedió en el Mayo francés; «el nosotros es una pregunta», porque «si uno empieza con el grito», «es un nosotros (quienes) gritamos» que resuena en las marchas posteriores al funeral de Edson Luis en Brasil o en el EZLN desde donde se vuelve a pensar la comunidad; y el «anti-poder» que existe en la cotidianidad, a veces en un «no-hacer» como sucedió en la Primavera de Praga.
João recupera dos rollos que se grabaron en el 68 en Checoslovaquia. Uno documenta, otro cuenta una historia. Ambos son atravesados por las emociones de quien grababa: cámaras que se ocultaban detrás de la ventana y no se mantenían quietas porque parecía que el pulso de quien grababa era un reflejo emocional. El quedarse en casa fungió ese verano como un «no-hacer» que se escuchaba en las calles como un «nosotros» resonante. Un gesto similar tuvo la madre del cineasta al caminar por un recinto que la Guardia Roja había clausurado. Su andar y su curiosidad conformaron su «anti-poder».
Tercer gesto: la madre grabando niños que sostienen el Libro rojo de Mao y practican un ballet revolucionario. El gesto no termina ahí sino en su diario de viaje donde lejos de escribir algo relacionado a lo propagandístico o molar, se dedicó a describir el movimiento de las manos de esos niños. Eso fue lo que verdaderamente la capturó —y en lo que se centra; volvemos a lo micropolítico—. Una mano que danza y siente como la suya propia. Un trazo que parece continuar en sus dedos. Porque lo micropolítico puede ser poético también.
La revolución es de los cuerpos.
Y bajo los adoquines, la playa.
Cohn-Bendit es entrevistado por Sartre. No se nos muestra esa escena, pero se narra con una sucesión de imágenes. Una de ellas nos deja ver al filósofo de perfil con su mano acentuando la oreja. Escucha. Pregunta por los objetivos y el programa de los estudiantes. Y aquel chico de 23 años le responde: «la fuerza de nuestro movimiento se basa en una espontaneidad incontrolable». El deseo circulando a través de «microprocesos» que son cuerpos en movimiento, conformando «vectores de singularización».[3] Son las consignas pintadas en las paredes de la Sorbona. Es el cuerpo hecho tinta. Encontrar bajo los adoquines la amistad, la comunidad, la potencia del encuentro. «Algo que se revele fugazmente y luego desaparezca. Pero que es suficiente para demostrar que algo puede existir». ¡Eso! Es ese destello en el metro como lo hablábamos en clase. Aunque pase, no volvemos de él igual. Nos movió. Dejó algo en nosotros. Fue en dirección contraria al sistema de producción de subjetividades capitalistas. Eso espontáneo no lo olvidaremos nunca. Tampoco nuestro cuerpo lo olvida. De ahí su potencia que en estado químicamente puro se ve, por ejemplo, en la amistad.
Mi mejor amigo se llama Felipe. Es un bicho raro. A veces aventuramos teorías como la que hay detrás de la fotografía de 1972 que tomaron de Deleuze y Guattari. También tenemos una sobre por qué preferimos el tiempo de los insectos al de las estrellas, como canta el verso de Wislawa. Él me enseñó —como los instantes que grabó la madre de Moreira a nosotros y a su hijo— que las revoluciones son moleculares. Un devenir-amigo. Un devenir-encuentros.
Lo íntimo es una de las más grandes «grietas de anti-poder». La política de la amistad lo es. En el largometraje sólo vemos, dentro de la multitud, a una persona que llora la muerte de Edson Luis (¿era su amiga, novia, compañera, alguien profundamente conmocionada por su deceso? Eso, la pregunta en sí misma —aunque no sepamos nunca la respuesta— propicia lugares desde donde pensar el encuentro). La política del amor. Es Moreira Salles llenando de gestos la memoria de su madre y su singularidad. Es la voz en off, el pensamiento del cineasta brasileño, compartiendo con nosotros que de todo lo que su madre dejó, siempre volverá al viaje a China porque encarna el encuentro inesperado con algo que hizo a su madre feliz. «Me gusta imaginarla allá, donde todo parecía posible».
No Intenso Agora nos sorprende a la mitad del libro del acontecimiento y nos invita a seguir escribiendo sus páginas con el lápiz desgastado que cargamos a todos lados. Se trata de un documental abierto a que salgamos de casa y provoquemos el encuentro (parafraseando otra vez al Comité Invisible) porque eso podría mostrarnos que algo distinto puede florecer entre dos cuerpos (y bajo los adoquines). Esas ramas que se entrelazan importan. Y esa es una de las consignas más fuertes dentro de nuestras paredes personales. Un gesto molecular dentro de esa masa política molar capaz de deslizarse por todas partes, produciendo sus propios espacios-grietas, dándonos nuevas formas de ver, pensar y sentir. Una configuración personal del mundo con vida propia y modos pausados de respirar. Una flor, la más pequeña, que nace entre el pavimento y la prisa pero que tiene toda la potencia para expandirse y cubrir el gris opaco con sus pieles estacionales hasta llegar a nosotros.
Por Paola Ramírez Reséndiz (P.)
Bibliografía:
Comité Invisible, La insurrección que viene, Melusina, Madrid, 2009, p.69.
Comité Invisible, Ahora, Pepitas de Calabaza, Logroño (La Rioja , España), 2017, p.7.
Garcés, Marina, Un mundo común, Bellaterra, Barcelona, 2013, p.30.
Guattari, Félix, Rolnik, Suely, Micropolítica. Cartografías del deseo, Traficantes de sueños, Petrópolis, 2006, p.62.
[1] Comité Invisible. La insurrección que viene, Melusina, Madrid, 2009, p. 69.
[2] Félix, Guattari, et al., Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de sueños, Petrópolis, 2006, p.86.
[3] Ibídem, p.62.